Había una vez… en un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba llamado Almodóvar del Río un niño alegre y dicharachero, cantarín y farandulero que correteaba por las calles y plazuelas en busca de aventuras. Tenía cara de pillo, mirada profunda, boca grande y pelo rizo de un negro azabache. Es el pequeño de tres hermanos, el Coco lo llaman, pero no porque le guste subir a las palmeras, ¡no! Es una herencia de su abuela, la Coca. Bien, pues como les iba diciendo, el Coco no es un niño como los demás, él tiene la gracia y el don de hacer realidad los sueños y convertir en un tesoro todo lo que toca, tiene una especie de magia ¡Dicen que hasta el agua que vendía en el cine tenía un sabor especial! , que ha convertido en pájaros retazos de madera y que ha jugado al escondite con las tuercas y tornillos de las máquinas de la algodonera!
El último sueño de este gran hombre tiene que ver con las máquinas de coser, todo el mundo piensa que sólo sirven para unir los retales pero no es así.Una máquina de coser, como la mayoría de las cosas, tiene esencia propia, y aunque muchos piensen que cada persona elige sus objetos, no es así, son ellos los que nos eligen a nosotros. La primera máquina del Coco en cuanto que lo vio aparecer hizo que se fijara en su porte, se infló como un gallo y adoptó su mejor pose, y como adivinó que arreglaba todo lo que tocaba se deshizo de unas cuantas piezas, le hizo un par de guiños y desde entonces no se han separado. Por supuesto se dejó arreglar con el mayor placer y poco después sin ella decir nada, se cumplió su deseo, la familia iba creciendo, aquella máquina solitaria tuvo hermanos, y hermanas, luego vinieron los primos y las primas, los titos y titas, los sobrinitos, las sobrinitas, tuvieron hijos, hijas y nietecitas, y así hasta formar una familia de unos 120 componentes.
Ya les había dicho que el Coco tiene el don de hacer realidad los sueños.Les tengo que decir que para él no ha sido tarea fácil reunir a esta gran familia, estaban escondidas en mercados, casas antiguas y rincones no sólo de España, sino del extranjero. Poco a poco ellas lo iban encontrando, eso sí, a todas les faltaban piezas, se había corrido la voz en el mundo de las máquinas que ese era el secreto para que el Coco las eligiera. Tarea ardua la de este gran hombre, hacerlas funcionar y si la pieza no existe como ya he dicho que este señor hace magia, la crea, la inventa o la sueña, la cuestión es que ya están todas juntas en la casa de la esquina, esperando que todos ustedes pasen a contemplar su belleza.Se lo pasan pipa, una se canta un fandango, otra que toca la guitarra, otra que cuenta un chiste, también está la que jalea, la que toca las palmas y la que marca el compás, eso cuando el Coco está contento porque tengo que decir que también tiene sus días y en ese caso ellas se limitan a lucir sus mejores galas y guiñarse entre sí ya que saben que él con la misma fuerza que sube las paredes, las baja.
En fin, esta es parte de la historia de un gran hombre del que me siento muy orgullosa, mi padre, Antonio Ramos, que además de otorgarme un apellido maravilloso, lleno de flores, me ha enseñado a apreciar la belleza de la vida y me ha inculcado los valores que me hacen persona.
Gracias por darme la vida cada día. Te quiero con toda mi alma.Besos y abrazos de tu pequeña,
Vicky Ramos.